La venerable Sor Consolata Betrone dice en su Diario: Una tarde, fui a la parroquia para la Exposición del Santísimo Sacramento. En el momento en que miré la blanca hostia, me sentí invadida de una dulce y suave alegría. Y, desde aquel momento, la presencia real de Jesús en la Eucaristía no fue para mí un misterio de fe. Yo lo percibía dentro de la custodia, yo lo sentía en la santa comunión y Él me atraía hacia Sí con la ternura de su amor… Acostumbraba a repetir la frase: “Dios mío, os amo”. Un día, sentí una alegría suave e indescriptible al pronunciarla. Recuerdo que lloré de emoción.
Me pasaba horas contemplando a Jesús en la custodia, cuando estaba Expuesto en el Santísimo Sacramento y me sentía llena de alegría y de amor. Cuando regresaba de nuevo a las tareas del mundo, me parecía estar en un helado desierto. A partir de 1918, comulgaba diariamente y Jesús me conquistaba con sus dulzuras sensibles, que duraban hasta la consumación de la hostia. Por eso, me acostumbré hasta los 21 años, a tener la hostia pegada al paladar para que durara más tiempo la presencia real de Jesús. No podía vivir sin la sagrada comunión y estoy segura que, en aquellos años, hubiera distinguido claramente la hostia consagrada de lo que no lo era.
Una religiosa contemplativa me escribía: Mi celda está cerquita del sagrario y puedo irme a la tribuna a visitar a Jesús. Acabo de estar con Él y me envolvió un silencio impresionante y me dejé llevar… Fue algo tan hermoso… Jesús Eucaristía me hacía sentir las dulzuras de su amor sacramentado. Y me pareció oír su dulce voz, pero fuertemente persuasiva: “Yo te amo”. Fue tal la paz de mi alma que perdí por completo la noción del tiempo y de mi condición de criatura. Y yo le repetía muy despacio: “Dios… mío; Dios… mío”. Todavía siento el regusto de esos momentos pasados en su compañía.
Del libro “La oración del corazón”, por el Padre Ángel Peña… puede descargar este y otros de sus libros en autorescatolicos.org/angelpena.
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