La liturgia de hoy nos presenta la incoherencia de los seguidores de Jesús. Por un lado le alaban y le glorifican en su entrada triunfal a Jerusalén; mas, sin embargo, días más tarde le niegan y piden su crucifixión.
“¡Qué diferentes voces eran: «quita, quita, crucifícale» y «bendito sea el que viene en nombre del Señor, hosanna en las alturas»! ¡Qué diferentes voces son llamarle ahora «Rey de Israel», y de ahí a pocos días: «¡No tenemos más rey que el César!» ¡Qué diferentes son los ramos verdes y la cruz, las flores y las espinas! A quien antes tendían por alfombra los vestidos propios, de allí a poco le desnudan de los suyos y echan suertes sobre ellos.”
San Bernardo, Sermón en el Domingo de Ramos, 2, 4
Al igual que aquellos discípulos, muchos de nosotros experimentamos en nuestra propia vida esta doble contradicción. Nos pensamos “muy cristianos” porque acudimos a Misa los domingos y hacemos algún Rosarios en la semana, sin embargo, cambiamos la cara ante la miseria que nos rodea… ante el hermano que sufre y necesita una mano amiga o un hombro donde descansar… o ante el pobre mendigo que busca un bocado que llevar a su boca… o ante el niño perdido que todos llevamos dentro y que busca el camino a la casa del Padre… El mismo Jesús nos dice que cuando dejamos de ayudar a nuestro prójimo, es a Él a quien negamos nuestra ayuda (Mateo 25, 31-46).
“Ser cristiano” es llegar a vencer esa contradicción que existe en nosotros; a eso se dirigía este tiempo de Cuaresma que ya va llegando a su final. Pero aún nos queda la Semana Mayor, abramos nuestro corazón a Jesús y pidámosle que transforme nuestra vida, y que siempre podamos ser ese humilde burrito que lo llevó sobre su lomo aquel día a la entrada de Jerusalén.
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