Si todos los católicos buenos se comprometieran a estar una hora diaria en adoración ante Jesús Eucaristía, el mundo cambiaría, porque la fuerza y el poder que salen del sagrario cambiarían el mundo. ¡Pero hay tantos que ya ni creen que Jesús está en el sagrario!
San Juan María Vianney, el Cura de Ars, decía constantemente a sus feligreses: “¡Jesús está ahí!; si supieran cuánto los ama Jesús en el Santísimo Sacramento, morirían de felicidad”. Y él, que lo creía firmemente, se pasaba muchas horas del día y de la noche en adoración junto al sagrario.
Monseñor Fulton Sheen, arzobispo de Nueva York, todos los días tenía su hora santa de adoración ante Jesús sacramentado. Esta práctica le había sido inspirada por una historia real, ocurrida en China, cuando los comunistas ocuparon el poder:
En un pequeño pueblo, entraron a la iglesia, destrozaron el sagrario y tiraron las hostias por el suelo, encerrando al sacerdote en su propia casa. Pero una niña del pueblo entraba cada día, sigilosamente, a la iglesia, al anochecer, y se pasaba una hora en adoración ante las hostias tiradas por el suelo y, después, recibía una para comulgar. Esto lo podía ver cada noche el sacerdote desde su casa, que estaba junto a la iglesia. El día en que la niña comulgó con la última hostia, los guardias comunistas la vieron y la mataron a golpes.
El sacerdote pudo sobrevivir para contarlo. Y el obispo Fulton Sheen escuchó esta historia, siendo seminarista, y, desde entonces, hasta los 82 años en que murió, siempre mantuvo su promesa de hacer una hora santa cada día, en recuerdo de aquella niña valiente, que dio la vida por amor a Jesús Eucaristía.
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