Señor, estar en tus manos me duele. Me moldeas, me arreglas, me curas, quitas los parches que pongo, mostrándome lo que soy y me rediseñas a tu modo.
Con el dolor me vas enseñando qué es eso de “entregarme” como vos. Si bajo las defensas vas actuando más. Me decís, entre mirada y mirada: “déjate llevar”.
Todos mis errores y desaciertos los vas tomando, y te haces cargo. Con tus manos enderezas mi camino y rearmas lo que desarmo.
Señor, estar en tus manos me duele. Pero si me resisto, duele más. Ayúdame a confiar y a esperar que se cumpla tu obra, en mí y en los demás. Amén.
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