En presencia de la grandeza

Memoria de Santo Tomás de Aquino
28 de enero de 1994

Querido padre Tomás:

¡Cómo me encanta Santo Tomás de Aquino! Él era tan grande de cuerpo como de espíritu. En otras palabras, ¡era bien gordo! Algunos dicen que soy el Santa Claus de las Filipinas. Realmente no sé si por mi sonrisa, mi carcajada o mi peso. De cualquier forma, si yo soy el Santa Claus de las Filipinas, entonces Santo Tomás fue el Santa Claus de Italia.

Los historiadores cuentan que un carpintero tuvo que cortar un pedazo de la mesa para que él pudiera entrar. Era tan grande que tenía dificultad al sentarse a comer porque no había a suficiente espacio entre la mesa y el banco. En todo caso, creo que deberíamos nombrarlo patrono de todos los que vivimos a dieta tratando de adelgazar.

Algunos se preguntan qué diría Santo Tomás si pudiera volver y visitar nuestros seminarios. Él fue la mente más brillante en la historia de la Iglesia. Durante siglos su teología y filosofía escolástica se enseñó en todos nuestros seminarios. Ahora su nombre ni siquiera se menciona.

Si volviera, creo que no le importaría que lo hayan olvidado. El mismo Santo Tomás, hace muchos años, lo dijo bien claro. Antes de morir expresó que había aprendido más sobre Jesús en una hora santa ante el Santísimo Sacramento, que en todos los libros que había leído. Descubrió más sobre Su Amor estando en Su Presencia Real, que en todo lo que había escrito. Y todo lo que se había escrito y dicho era tan insignificante como la paja, en comparación con el valor de un solo encuentro personal con Jesús en el Santísimo Sacramento.

La teología es el estudio de Dios. La oración ante el Santísimo Sacramento nos da el conocimiento de Dios mismo. La primera es el estudio académico del amor. La segunda, es la cálida experiencia del Amor Personificado. La una es un libro acerca de la persona, mientras que la otra es esa persona diciéndonos directamente todo sobre sí misma.

Hay una universidad en Houston, Texas, que enseña filosofía y teología Tomística. Está regentada por los religiosos de la regla de San Basilio y se llama Universidad de Santo Tomás. En Texas también hay un hombre muy famoso que es una leyenda del golf y que jugó en las décadas de los 30, 40 y 50. Algunos dicen que es el mejor golfista que haya vivido. Su nombre es Ben Hogan. Una noche, cuando Ben Hogan regresaba de un campeonato de golf, tuvo un terrible accidente automovilístico. Chocó de frente contra otro auto y casi muere. Los médicos dijeron que nunca volvería a caminar. Pero debido a su gran determinación, no solo aprendió a caminar nuevamente sino que siguió ganando cuatro campeonatos abiertos en los Estados Unidos y otras tres competencias mayores.

Tengo un amigo norteamericano que creció en Texas. Desde que era adolescente en los años 50, ha estado jugando golf. Ben Hogan era su héroe. Durante su vida había leído todos los libros sobre Ben Hogan, su vida, su época, y todo su material de instrucción.

Finalmente un día ocurrió lo que anhelaba. Este amigo mío estaba en Fort Worth, Texas, en un viaje de negocios y lo invitaron a almorzar al Colonial Country Club. ¡Allí conoció a Ben Hogan en persona!

Esto sucedió en junio de 1991, casi cuarenta años después que mi amigo había oído hablar por primera vez de Ben Hogan. Ahora él estaba sentado junto al “Maestro” mismo escuchando cada palabra, totalmente impresionado de estar en presencia de la grandeza.

Mi amigo casi no podía esperar para contarles a todos sus amigos como también a los que no lo eran. No importaba, con cualquiera que él hablara enseguida le comentaba emocionado que había conocido a Ben Hogan. Amigos o extraños, daba igual. Les decía que por espacio de 45 minutos él había hablado con Ben Hogan en persona.

Y nosotros, ¡¿no deberíamos sentirnos igualmente emocionados de poder estar con el mismo Jesús en el Santísimo Sacramento?! Piensa en esto, Tomás. ¿No era de esto de lo que hablaba el Doctor Angélico? Mi amigo había leído y oído todo sobre Ben Hogan, pero eso no se podía comparar con un solo momento en su compañía.

¿No deberíamos estar totalmente asombrados de estar en la Presencia de la Grandeza en cada instante que pasamos ante el Santísimo Sacramento? Él es el Maestro, el Señor, el Creador del Universo.

Santo Tomás, en su teología, explica por qué la valoración de la Sagrada Eucaristía ha disminuido y por qué tomamos a la ligera la presencia de Jesús en el Santísimo Sacramento. El santo escolástico habla de la relación inseparable entre consumir y adorar. Entre comunión de la Sagrada Eucaristía y adoración del Santísimo Sacramento. Añade que “si no adoramos lo que consumimos perdemos de vista el valor y la apreciación de lo que estamos consumiendo”.

En otras palabras, la Eucaristía no es una cosa sino una persona. A menos que reservemos tiempo para mantener una relación personal con Jesús en el Santísimo Sacramento, perderemos de vista la amorosa persona de Jesús en el Santísimo Sacramento y la Sagrada Eucaristía perderá su valor ante nuestros ojos.

Santo Tomás pasaba hora tras hora en profunda adoración del Santísimo Sacramento. Por su amor al Santísimo Sacramento se le llama el Doctor Angélico. Su amor por Jesús en la Eucaristía fue lo que le inspiró a componer los himnos para la Bendición como Tantum Ergo Sacramentum.

El tema de estos himnos es la capacidad de nuestra fe de ir más allá de los sentidos y alcanzar a comprender la realidad de la presencia de Dios en el Santísimo Sacramento.

En Santo Tomás es donde estudié filosofía y teología. Por esta razón, él es uno de mis santos patronos.

Oremos, querido Tomás, para que cada sacerdote esté lleno del mismo amor por la Sagrada Eucaristía como lo estuvo Santo Tomás de Aquino. Que todo sacerdote pueda estar tan emocionado ante el Santísimo Sacramento, Jesús en persona con nosotros, como mi amigo de Texas estuvo cuando conoció a Ben Hogan en persona. Podríamos convertir el mundo entero al catolicismo si estalláramos de entusiasmo, diciéndoles a todos que ¡Jesús está realmente aquí en persona!

Fraternalmente tuyo en
Su Amor Eucarístico,

Monseñor Pepe


Fuente: “Cartas a un hermano sacerdote”, por Rev. Vincent Martín Lucia y Rev. Mons. Josefino Ramírez, coautores.

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