Contaba el Padre Estanislao, de los Sagrados Corazones, que un día, en un pequeño pueblo de Luxemburgo, estaba un capitán de guardias forestales en animada conversación con un carnicero, cuando llegó una mujer anciana. Ella le pidió al carnicero que le diera gratis un pedazo de carne para la comida, pues no tenía dinero para pagarle. Solamente le prometió rezar por él en la Misa adonde iba.
El carnicero le dijo:
– “Muy bien, usted va a Misa a rezar por mí. Cuando vuelva le daré tanta carne cuanto pese la Misa.”
La anciana se fue a la Misa y después de una hora regresó. El carnicero, al verla, le dijo:
– “Vamos a ver, voy a escribir en un pedazo de papel: ‘Usted asistió a Misa por mí’. Le daré tanta carne cuanto pese este papel.”
El carnicero puso un pedacito de carne, pero pesaba más el papel. Después, puso un hueso grandecito y lo mismo. Colocó un pedazo grande de carne y el papel pesaba más. A estas alturas, ya no se reía el carnicero. El capitán, que estaba presente, estaba admirado de lo que veía. El carnicero, miró su balanza a ver si estaba en buenas condiciones, pero todo estaba bien. Entonces, colocó una pierna entera de cordero, pero el papel pesaba mucho más.
Esto fue suficiente para el carnicero. Allí mismo se convirtió y le prometió a la buena mujer que todos los días hasta su muerte le daría una ración diaria de carne, incluida la pierna de cordero que había puesto en la balanza.
En cuanto al capitán, también Dios tocó su corazón y a partir de ese día iba a Misa todos los días. Con su buen ejemplo y sus oraciones, dos de sus hijos llegaron a ser sacerdotes, uno de ellos jesuita y otro de los Sagrados Corazones.
El Padre Estanislao terminó este relato, diciendo que él era ese religioso de los Sagrados Corazones y que su padre era el capitán que había visto con sus propios ojos que la Misa pesa y vale más que todo lo que hay en el mundo.
Deberíamos asistir a la Misa cada día para recibir las inmensas bendiciones que Dios nos tiene preparadas, como lo hacían los primeros cristianos (Hechos 2, 46). Pero, al menos, no debemos perdernos nunca la Misa del domingo, pues el domingo es el día del Señor, el día de los cristianos, el día de la fe, el día de la Iglesia y de la fraternidad universal.
Fuente: Padre Ángel Peña, “La Eucaristía, el tesoro más grande del mundo”
Comentarios
Cual es la impresion
Gracias.
Pocas cosas son tan influyentes como una historia, especialmente si fue real, y en este caso un milagro.
Se la leí a un pariente y ello aumentó su fé.
Gran historia. Muy amables por publicarla. Bendiciones
Muy bonito dios me ha hecho un milagro pooreso ya creo en el gracias
Gracias, muy interesante. Nos cuestiona sobre el valor que en realidad le damos a la Santa Misa. Que cuando participemos de la Santa Misa lo hagamos renovando nuestra fe, para valorar verdaderamente este inmenso regalo.
IR A LA SANTA MISA, ES IR AL ENCUENTRO CON EL SEÑOR, ASÍ COMO SAN FRANCISCO, DEBEMOS ABRAZAR CON AMOR LA SANTA CRUZ, RENUNCIANDO A LAS COSAS DEL MUNDO, PUES NO HAY MEJOR LUGAR QUE ESTAR AL LADO DEL SEÑOR.
GRACIAS TIITOS PUPUCHURROS POR ESTA PUBLICACIÓN TAN PRECIOSA.
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