El camino de Cuaresma 20

deja
que la palabra de Dios
ilumine tus miserias y debilidades

Cada año, el día 25 de diciembre, celebramos el Nacimiento del Niño Jesús en Belén… y exactamente 9 meses antes —el 25 de marzo— celebramos el día de su encarnación. Le llamamos la Anunciación porque fue el día que el Ángel le anunció a María que ella era la elegida para ser la Madre del Hijo de Dios.

Imagínate aquella escena: una joven doncella que había sido desposada —estaba comprometida para casarse— de repente se le aparece un ángel, su habitación debe haberse llenado de luz y en su corazón una mezcla de gozo y sorpresa ante aquella visita. Entonces el ángel habló trayéndole un mensaje de parte de Dios. María era un joven humilde, sencilla y temerosa (obediente) de Dios, ella misma dirá unos días más tarde que el Señor había mirado su humildad e hizo cosas grande en ella (Magnificat). La grandeza de María está en haber acogido la Palabra de Dios en su corazón de forma plena y perfecta y total, al punto que esa Palabra —Jesús— se encarnó en su vientre.

Al final de la Cuaresma, en el Huerto de Getsemaní, veremos el eco del “Hágase”de María en el “Hágase” de Jesús a la Voluntad del Padre. Nosotros también estamos invitados a dejarnos iluminar por la Palabra de Dios, a acogerla en nuestro corazón y dejar que eche raíces en él. Dice Isaías que la Palabra de Dios no regresa vacía, sino que hace lo que Dios quiere en el corazón de quién la acoge… y Dios siempre desea lo mejor para nosotros.

Hoy acompáñame a orar diciendo:

Hágase en mí tu presencia

Vivo en medio de un mar de ruidos, de personas, de actividad y no encuentro el silencio de tu presencia. Siento una soledad que no sé expresar en palabras. Lo tengo todo, pero no tengo nada. No tengo nada y quiero tenerlo todo. Necesito de tu presencia más que el sol y la luz del día.

Hágase en mi tu presencia, aquí está tu esclavo y esclava. Quiero tener mis ojos fijos en tus manos (Sal. 122, 2), quiero estar atento a tus gestos. Hágase en mí tu presencia, yo no me pudo presentar, me siento indigno, por eso te pido que tu presencia se haga en mí, se descubra, se desvele en lo más profundo de mi corazón. Con María, ¡hágase en mí tu presencia!

Hágase en mí tu amor

Mi corazón camina como peregrino por este mundo en busca de la tierra prometida. Siento el calor y el frío del desierto. Siento el hambre y el cansancio. Me cuesta caminar, me pesa mi infidelidad. No sé amar y no sé si alguna vez aprenderé a amar con pureza. Quisiera que este corazón de piedra (Ez. 11, 19) se volviese de carne como el tuyo y entonces sí podría amar, sí sabría amar, si quisiera amar. Con María, ¡hágase en mí tu amor!

Hágase en mí tu ternura

Te pienso cada día, te admiro, te adoro, te alabo Señor. Mi experiencia tuya es tan limitada. Leo el Evangelio y siento envidia. Tantos personas que sintieron tu mano tocando la suya, ojos que contemplaron el cielo al ver los tuyos. Oídos que escucharon la música de tus palabras de vida eterna. Quiero sentirme seguro en tu regazo, en tu barca. Aunque duermas y haya tormenta (Mt. 8, 24), quiero sentir tu presencia tierna que me vela, me protege y me acompaña cada día y cada noche. Con María, ¡hágase en mí tu ternura!

Hágase en mí tu fuerza

La debilidad es compañera y recuerdo de que estamos de paso en esta vida. Me siento desfallecer ante tantos retos, luchas, desánimos. Necesito que seas mi sostén, que salgas en mi búsqueda. Que pueda pastar en los campos del mundo con confianza porque Tú, Buen Pastor, saldrás en mi búsqueda (Mt. 18, 12) y tu cayado será mi fortaleza. Mi debilidad necesita un sostén. Mis límites piden un Redentor, una seguridad, una roca donde estar firme (Sal 31, 4). Con María, ¡hágase en mí tu fuerza!

Hágase en mí tu humildad

La vida me enseña que el camino de la fortaleza pasa por la debilidad (2 Co. 12, 10), que la humildad no sólo es una necesidad sino que es camino de vida. El campo de mi vida tiene que estar sembrado por semillas de humildad para poder dar fruto de vida eterna (Mt, 13, 3-9). Tu vida fue un someterse voluntariamente y amorosamente a la Voluntad del Padre. Tu encarnación fue un acto de humildad por amor a los hombres. Nos enseñaste que tu Corazón es humilde y manso (Mt. 11, 29). Quiero ser yo también imagen tuya para el mundo, debilidad que dé fruto y santifique. Con María, ¡hágase en mí tu humildad!

Hágase en mí tu dolor

Tu vida fue un ascenso continuo hacia la cruz. Deseabas ardientemente recibir ese bautismo (Lc. 12, 50) porque sabías que era para borrar nuestros pecados. Tu dolor fue mi dolor porque tomaste sobre tus hombros lo que me correspondía. Tu dolor es mi dolor porque al ver tanto amor en tu Corazón y tanta ingratitud en el mío sufro. Pero este sufrimiento todavía no es puro, necesita ser tocado por el tuyo más profundamente, más intensamente, más amorosamente. Desde lo alto de la cruz nos perdonaste (Lc. 23, 34). Desde ese lugar privilegiado te dejaste robar el Corazón por un ladrón que reconoció tu inocencia y tu dolor redentor (Lc. 23, 39-43). Desde tu trono de gloria, miraste a tu Madre y nos la donaste como tu última voluntad. Con María, de rodillas, yo te pido, ¡hágase en mí tu dolor!

Y a ti María…

Y a ti María, Madre del amor más hermoso, Madre del Redentor y Madre mía, te pido que se haga en mí según tú palabra y tu vida. Que mi corazón sea un reflejo del tuyo; que me enseñes tus actitudes y tus virtudes. Pero si tengo que pedirte algo, es que me enseñes a pronuncia cada día, desde mi dolor, silencio y vacío: ¡hágase en mí según tu palabra!

Amén.

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