pregúntate
¿en qué ocupas tu tiempo?
¿qué lugar tiene Dios en él?
Apenas ayer comenzamos el camino de Cuaresma y ya Jesús, en el evangelio de hoy, nos habla de renuncia, de cargar la cruz y de perder la vida… no lo dice solo de palabra, Él mismo nos dará el ejemplo vivo cuando lleguemos a la Semana Santa. Pero fíjate, hay algo muy importante en esta invitación. No se trata de que alguien nos arrebate la vida o nos cargue una cruz muy pesada a la espalda. ¡No! Se trata de la renuncia voluntaria de lo que somos: renuncia que se hace por amor y con alegría. Ahí es cuando nos damos cuenta quién es Dios para nosotros. Mientras inventemos excusas —“Es que Dios me entiende”— o vivamos buscando nuestra comodidad o beneficio, no estaremos poniendo a Dios en el primer lugar.
Hoy te invito a orar como el beato Carlos de Foucauld:
Padre,
me pongo en tus manos;
confío en ti;
me entrego a ti;
haz de mí lo que quieras,
sea lo que sea, te doy las gracias;
gracias por todo;
estoy dispuesto a todo,
lo acepto todo;
te doy las gracias,
con tal de que tu voluntad se cumpla en mí, Dios mío,
y en todas tus criaturas, en todos tus hijos,
en todos aquellos que ama tu corazón.
No deseo nada más, Dios mío.
Te confío mi alma, te la doy,
con todo el amor de que soy capaz,
porque te amo,
y necesito darme,
ponerme en tus manos sin medida,
con una infinita confianza,
porque Tú eres mi Padre.
Amén.
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AMÉN.
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