Había una vez un ángel pequeñito, que todavía no había crecido mucho y no había sido designado a ninguno para ser su custodio. Estaba en el cielo jugando y trataba de aprender una canción que los ángeles mayores estaban aprendiendo. Pero él se perdía en el canto y, a veces, se dormía. Un día escuchando una conversación de los ángeles del coro, oyó esto: “Esta noche, debemos acudir donde están los pastores con las ovejas, en los alrededores de Belén, y cantaremos el Gloria, cuando nazca Jesús”.
El angelito que, apenas podía volar, pensó: “Como no me van a escoger para cantar en el coro y ellos vuelan más rápido que yo, quizás podría ir ahora mismo para llegar a Belén antes del anochecer”. Antes de ir, buscó un regalito para el niño y escogió un bonito ramo de flores de las estrellas.
Y emprendió el vuelo lentamente. Hizo varias escalas para descansar en algunas estrellas. Y, al fin, llegó a la tierra, cuando estaba anocheciendo. Pero ¿dónde estaba Belén? Empezó a caminar hacia la luz de una aldea y sintió un ruido en el suelo. Miró y descubrió a sus pies un pajarito que se había caído del nido. Lo recogió, lo puso en el nido y se dejó caer una de sus flores.
Continuó su camino y vio una casa pobre con la puerta semiabierta. En el interior estaba una madre muy preocupada, sentada junto a un niño enfermo, que sufría y se movía mucho. El niño vio al ángel, sonrió y se quedó profundamente dormido. El ángel se inclinó sobre la cuna y dejó caer algunas de sus flores.
Estaba cansado, pero a lo lejos sintió que llegaban los ángeles mayores. En ese momento, sintió que un corderillo estaba balando. Se acercó y vio que tenía rota una pata. Lo tomó en brazos, lo curó y dejó caer las últimas flores que tenía.
Entonces, vio una gruta y pensó que sería un buen lugar para reposar. Entró en la gruta con el corderito en brazos y vio una mujer con un niñito. El niño sonrió y el angelito le contó su historia a aquella mujer, y le dijo que ya no le quedaba ningún regalo para el niño. La mujer, que era la Virgen María, lo escuchó y le dijo que le había llevado un regalo mejor que todas las flores del jardín del cielo, pues había socorrido a las criaturas que tenían necesidad de ayuda.
En aquel momento, el niño alargó los brazos y tocó al corderito, que saltó de los brazos del angelito y se puso a saltar de alegría en la gruta. El niño sonreía alegremente. Y María le dijo: “Esta noche, con tus buenas acciones has hecho muy feliz a mi hijo. Haz que cada día sea Navidad, haciendo felices a los demás”.
Y cuenta la tradición que, desde aquella primera Navidad, aquel angelito pequeñito sigue viniendo a la Tierra para hacer felices a los hombres y cantar con los ángeles el Gloria a Dios en los cielos y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. ¿Serás tú capaz de hacer feliz a Jesús y a los demás esta Navidad y todos los demás días?
Padre Ángel Peña, “Luces en el camino”
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