Diálogo del Santo Padre con los jóvenes italianos


DIÁLOGO DEL SANTO PADRE CON LOS JÓVENES ITALIANOS
Santuario Juan Pablo II, Cracovia (Polonia)
Miércoles 27 de julio de 2016

Diálogo del Santo Padre con los jóvenes italianos

Presentador:

Buenas noches, Santidad. Sobre todo, gracias por haber encontrado tiempo –recién llegado a Cracovia– para conectarse con nosotros. No ha querido renunciar a estar aquí con nosotros, esta noche. Gracias, Santo Padre. Aquí están los jóvenes que, en nombre de los 90.000 italianos presentes en Cracovia quieren hacerle algunas preguntas. Aquí están estos jóvenes, adelante.

Chica joven:

Después del accidente ferroviario del 12 de julio, tenemos miedo de subir al tren. Yo, diariamente, tomo el tren para ir a la universidad, y ese día no iba a bordo de pura casualidad. Diariamente me siento en el primer vagón y allí veía y saludaba a Luciano, uno de los maquinistas que desgraciadamente ha perdido la vida en el accidente. Nosotros, en esos trenes, nos sentimos como en casa; pero ahora tenemos miedo. Quisiera preguntarle: ¿cómo podemos volver a la normalidad? ¿Cómo podemos vencer este miedo y continuar, volver a ser felices también sobre esos trenes que son nuestros trenes, nuestra segunda casa?

Papa Francisco:

Lo que te ha ocurrido es una herida; algunos, en el accidente, sufrieron heridas en su cuerpo, y tú has sido herida en tu ánimo, en tu corazón, y esa herida se llama miedo. Y cuando tú sientes esto, sientes la herida de un shock. Tú has sufrido un shock, un trauma que no te deja estar bien, que te hace daño. Pero este trauma te da también la oportunidad de superarte a ti misma, de ir más allá. Y como sucede siempre en la vida, cuando nosotros resultamos heridos, quedan las marcas o las cicatrices. La vida está llena de cicatrices, la vida está llena de cicatrices, llena. Y con esto, siempre vendrá el recuerdo de Luciano, de aquel otro, del otro… que ya no están porque faltan desde el accidente. Y tú, cada día que tomes el tren, sentirás las huellas –digamos así- de esa herida, de aquella cicatriz, de lo que te hace sufrir. Y tú eres joven, pero la vida está llena de estas cosas… Y la sabiduría, aprender a ser un hombre sabio, una mujer sabia, es precisamente esto: salir adelante con las cosas bellas y con las cosas feas de la vida. Hay cosas que no tienen salida, y hay cosas que son preciosas. Pero también sucede lo contrario: ¿cuántos jóvenes como vosotros no son capaces de sacar adelante su propia vida con la alegría de las cosas bellas, y prefieren dejarse llevar, caer bajo el dominio de la droga, o dejarse vencer por la vida? Al final, la partida es así: o tú vences o te vence, ¡la vida! ¡Vence tú la vida, es mejor! Y esto hazlo con valentía, también con dolor. Y cuando haya alegría, hazlo con alegría, porque la alegría te saca adelante y te salva de una enfermedad horrible: la de convertirte en neurótica. ¡Por favor, no, esto no!

Chica joven 2:

Querido Papa Francisco: me llamo Andrea, tengo 15 años y vengo de Bérgamo. Llegué a Italia cuando tenía 9 años, o sea, hace casi seis años. Los compañeros de clase empezaron a reírse de mí, ya que era una recién llegada, con palabras bastante ofensivas. Al principio no comprendía bien el italiano, no entendía las palabras, así que lo dejaba estar. Después, una vez que empecé a entenderles, me sentí realmente mal, pero no respondía: no quería rebajarme a su nivel. Así pasé muchos años, hasta el final de la escuela secundaria, cuando rebasaron el límite con todo tipo de mensajes ofensivos en las redes sociales, que me hicieron sentir una inútil y tomé la decisión de acabar con todo, porque para mí en aquel momento yo no servía para nada y me sentía marginada por todos en mi pueblo. Así que decidí acabar con todo e intenté suicidarme. No lo conseguí, así que me llevaron al hospital. Y allí comprendí que no era yo la enferma, que no era yo la que necesitaba curarme, que no me merecía estar allí en el hospital encerrada. Eran ellos quienes se habían equivocado, ellos quienes necesitaban curarse, no yo. Así que me puse de pie y decidí no abandonar porque no valía la pena, porque yo podía ser fuerte. Y, de hecho, ahora estoy bien y soy fuerte de verdad. Y también puedo, en parte, darme las gracias a mí misma por haberme tratado así de mal; porque ahora soy fuerte, un poco gracias a ellos, porque me han metido en esa situación. Me he hecho fuerte porque he creído en mí misma, en mis padres, y a pesar de todo he creído que podía conseguirlo; de hecho, lo he conseguido. Y estoy aquí. Y estoy orgullosa de estar aquí.

Yo quisiera preguntarle: dado que de alguna manera les he perdonado un poco, porque no quiero odiar a nadie, un poco les he perdonado, pero de todas formas sigo sintiéndome algo mal… quisiera preguntarle: ¿cómo hago para perdonar a estas personas? ¿Cómo hago para perdonarles por todo lo que me han hecho?

Papa Francisco:

Gracias por tu testimonio. Tú hablas de un problema muy común entre los niños y entre los que no son niños: la crueldad. Pero mira que también los niños son crueles, a veces, y tienen esa capacidad de herirte donde más daño te pueden hacer: de herirte en el corazón, de herirte en la dignidad, de herirte también en la nacionalidad, como es tu caso, ¿no? No entendías bien el italiano y te gastaban bromas con el idioma, con las palabras… La crueldad es un comportamiento humano que está en la base de todas las guerras, de todas. La crueldad que no deja crecer al otro, la crueldad que asesina al otro, la crueldad que asesina también el buen nombre de otra persona. Cuando una persona habla mal de otra, esto es cruel: es cruel porque destruye la fama de la persona. Pero, sabes, a mí me gusta decir una cosa cuando hablo de esta crueldad de la lengua: la maledicencia es un tipo terrorismo; es el terrorismo de la maledicencia. La crueldad de la lengua, o esa que tú has sentido, es como lanzar una bomba que te destruye a ti o destruye a otros, y el que la lanza no se destruye. Esto es terrorismo, y es algo que debemos vencer. ¿Cómo se vence esto? Tú has elegido el camino adecuado: el silencio, la paciencia, y has terminado con esa palabra tan bonita: el perdón. Pero perdonar no es fácil, porque uno puede decir: “Sí, yo perdono pero no olvido”. Y siempre llevarás contigo esta crueldad, este terrorismo de las palabras feas, de las palabras que hieren y que intentan echarte de la comunidad. Hay una palabra en italiano que yo no conocía, y cuando vine por primera vez a Italia, la aprendí: “extracomunitari”, que se dice de las personas de otros países que vienen a vivir con nosotros. Pero esta crueldad es lo que hace que tú, que eres de otro país, te conviertas en un “extra-comunitario”: te echan de la comunidad, no te acogen. Es algo contra lo que debemos luchar tanto. ¡Tú has sido valiente! Has sido muy valiente en esto. Pero hace falta luchar contra el terrorismo de la lengua, contra este terrorismo de la maledicencia, de los insultos, de expulsar a la gente con insultos o diciéndoles cosas que les hacen daño en el corazón. ¿Se puede perdonar totalmente? Es una gracia que debemos pedir al Señor. Nosotros, por nosotros mismos, no podemos: hacemos el esfuerzo, tú lo has hecho; pero es una gracia que te da el Señor, el perdón, perdonar al enemigo, perdonar al que te ha herido, al que te ha hecho daño. Cuando Jesús en el Evangelio nos dice: “Al que te golpee en una mejilla, preséntale también la otra”, quiere decir esto: dejar en las manos del Señor esta sabiduría del perdón, que es una gracia. Pero a nosotros nos toca poner todo de nuestra parte para perdonar. Gracias por tu testimonio. Y hay también otro comportamiento que combate este terrorismo de la lengua, las maledicencias, los insultos y demás: es el comportamiento de la mansedumbre. Estar callado, tratar bien a los demás, no responder con otra cosa mala. Como Jesús: Jesús era manso de corazón. La mansedumbre. Y nosotros vivimos en un mundo donde a un insulto se responde con otro, es lo habitual. Nos insultamos el uno al otro, y nos falta la mansedumbre. Pedir la gracia de la mansedumbre, la mansedumbre del corazón. Y esa es también la gracia que abre el camino al perdón. Te agradezco tu testimonio.

Chico joven:

Querido Papa: Somos tres chicos y un sacerdote de los 350 veroneses que venían a la JMJ pero tuvieron que interrumpir su viaje en Munich el viernes pasado después del atentado del que fuimos testigos porque estábamos todos allí cuando pasó. Nos dijeron que teníamos que volver a Italia; nos vimos obligados a regresar porque queríamos continuar nuestro viaje, pero no nos lo permitieron. Afortunadamente, de vuelta a casa, se nos dio la oportunidad de volver aquí y nos alegramos mucho; nos dio mucha esperanza. Después de todo lo que ha sucedido, después del miedo, nos hemos preguntado – y queremos preguntarle: ¿Qué podemos hacer los jóvenes para vivir y difundir la paz en este mundo tan lleno de odio?

Papa Francisco:

Has dicho dos palabras claves para entender todo: paz y odio. La paz construye puentes, el odio es el constructor de los muros. En la vida tienes que elegir: o construyes puentes o construyes muros. Los muros dividen y el odio crece: cuando hay división, el odio crece. Los puentes unen, y cuando hay puentes el odio se va porque puedo escuchar al otro, hablar con el otro. Me gusta pensar y decir que tenemos en nuestras manos, en la posibilidad de cada día, la capacidad de hacer un puente humano. Cuando das la mano a un amigo, a una persona, haces un puente humano. Haces un puente. En cambio, cuando golpeas a otro, cuando insultas a otro, construyes un muro. El odio crece siempre con los muros. A veces, pasa que quieres hacer un puente y te quedas con la mano tendida porque de la otra parte no la agarran: son las humillaciones que tenemos que sufrir en la vida por hacer algo bueno. Pero siempre hay que construir puentes. Y tu has llegado aquí: te pararon y te mandaron a casa. Después apostaste por el puente y por volver de nuevo: esta es la actitud que hay que tener siempre. ¿Hay una dificultad que me impide algo? Regreso y voy hacia adelante, volver atrás y seguir adelante. Esto es lo que tenemos que hacer para construir puentes. No dejarse caer al suelo, no ir por la vida así: : “Bueno, no puedo …”. No, siempre hay que buscar la manera de hacer puentes. Vosotros que estáis allí: ¡Haced puentes con las manos, todos vosotros! Agarraos de la mano…Así. Quiero ver tantos puentes humanos … Así, así: Levantad las manos muy altas. Así es. Este es el programa de vida: hacer puentes, puentes humanos. Gracias.

Presentador:

Santo Padre, gracias, porque esta noche nos ha hecho un regalo extraordinario Gracias, Santo Padre. Gracias de verdad.

Papa Francisco:

Gracias a vosotros y que el Señor os bendiga. ¡Rezad por mí!

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