Mi adorado Jesús… hoy, mientras estaba en la capilla, recordaba la historia que una vez nos contó el hermano David sobre el joven que encontró a la salida de la Iglesia… un joven sucio, harapiento y mal oliente que pedía limosna para un bocado de comida… decía David que la gente pasaba a su lado pretendiendo no verle… y aquellos que lo encontraban de frente, al no poder escaparse de su mirada suplicante, calmaban su conciencia dándole de lejos unas monedas… sí, de lejos, con asco, procurando no tocarle no fuera que se contaminaran con su miseria…
Jesús mío… imagino la escena cuando llegó David con su bastón… arrastrando los pies y sosteniéndose para no caer… con esa sonrisa eterna en sus labios y esa paz que nunca se aparta de él, aún a pesar del esfuerzo que representa su propia discapacidad… imagino cuando se acercaba al pobre joven y le miraba con Tus ojos misericordiosos… sí, con Tus ojos porque esa mirada de David no puede nacer de otro lugar que de Tu propio Corazón…
Señor… imagino cuánto debes haberte gozado ese momento… el joven pordiosero, que en su pobreza material escondía una pobreza aún mayor… pobreza de cariño, de afecto, de ternura… y David, pobre de bienes materiales, pero dueño del tesoro inmenso que Tú le has heredado a tus amigos más queridos: un corazón puro, compasivo y misericordioso…
Imagino la sorpresa de aquel joven cuando David se acercó y, acariciando tiernamente su cabeza, le regaló una mirada digna y una sonrisa sincera… ¡que sorprendente misterio, Señor!… eras Tú, quien en el joven, esperaba a ser consolado… y eras Tú, quien en David te convertías en instrumento de consolación… y ahí, en ese instante en que Cristo se encontraba con Cristo, el Evangelio se hacía vida una vez más…
Hoy recordaba esta historia y pensaba que Tu presencia en la capilla no era muy diferente a aquella escena… Tú, tan sediento de amor como aquel pobre pordiosero… esperas pacientemente en la custodia que un alma se acerque a Ti… ¡Jesús, tienes tanto para dar… tanto!!!… y somos tan ciegos que pasamos a tu lado y no sabemos reconocer que en ese pedacito de pan, tan pequeño e insignificante, se encuentra escondido nuestro Dios…
Pero de vez en cuando aparece alguien… alguien que, como el Hermano David, llega arrastrando su humanidad… reconociéndose indigno y pecador… pero con el alma rebosante de alegría, porque sabe que Tú le has traído hasta tu lado… y en ese cruzar de miradas: la tuya y la suya… vuelve a encontrarse Cristo con Cristo…
Comentarios
esto me alegra la vida reboza mi corazon de alegria porque en su momento hacer lo propio nos hace saber que dios os da el don de a misericordia para ntros hermanos y nos hace compasivos y misericordiosos como el quiere que seamos!!amen!!
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