Con María en el cenáculo

Jesús dijo a la samaritana: «¡Sí conocieras el Don de Dios!»… y no es para menos, pues el Don de Dios, el Don de dones, es Dios que se da a sí mismo… es el Espíritu Santo, que hace de nosotros su templo… concediéndonos sus gracias… y guiándonos por el camino de la santidad…

Pero de entre todas las criaturas humanas… hay una que acogió el Don de Dios con tal plenitud, que Dios se encarnó en su seno… María Santísima… la que Isabel llamó «¡la Madre de mi Señor!»… la que todas las generaciones llamarían bienaventurada… y la que acompañaba a los Apóstoles, perseverando con ellos en la oración para que también recibieran el Don del Espíritu Santo…

Aún nos faltan unos días para celebrar la gran fiesta de Pentecostés… sigamos el ejemplo de los discípulos de Jesús reunidos en el cenáculo… y pidámosle a la Madre que nos acompañe en nuestra oración… pidiendo una nueva y renovada unción del Espíritu Santo…

Divino Padre Eterno,
en nombre de Jesucristo
y por la intercesión de la Siempre Virgen María;
envía a mi corazón el Espíritu Santo.

Espíritu Santo,
Dios de infinita caridad,
dame tu santo Amor.

Espíritu Santo,
Dios de las virtudes;
conviérteme.

Espíritu Santo,
fuente de luces celestes;
disipa mi ignorancia.

Espíritu Santo,
Dios de infinita pureza;
santifica mi alma.

Espíritu Santo,
que habitas en mi alma,
transfórmala y hazla toda tuya.

Espíritu Santo,
Amor sustancial del Padre y del Hijo,
permanece siempre en mi corazón.

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo;
como era en el principio, por los siglos de los siglos.
Amén.