Una de las formas de entender la Misa es como un gran banquete. Esto nos resulta fácil de entender cuando pensamos que el altar tiene forma de mesa y que el Cuerpo y la Sangre del Señor se nos ofrece como alimento de vida eterna. Pero esos no son la única mesa ni el único alimento que se nos ofrecen durante la Misa.
Si recuerdas, durante las tentaciones en el desierto, Jesús cita a Moisés diciendo que “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Pues la liturgia de la palabra se refiere precisamente a esto, por eso también le llamamos la “mesa de la Palabra”, porque Dios también se nos da como alimento a través de las Escrituras.
Verás, la primera lectura está tomada del Antiguo Testamento, aquí Dios nos habla a través de la historia del pueblo de Israel y de los Profetas. En la segunda lectura escuchamos el Nuevo Testamento, donde Dios nos habla a través de los Apóstoles. Y en medio de ambas, oramos todos juntos a través del Salmo (los salmos era la forma de oración de los judíos, incluyendo a Jesús). Finalmente, el Evangelio es Jesús mismo quien nos habla, por eso lo escuchamos de pie y comenzamos aclamando con gozo “¡Aleluya!” (¡Gloria a Dios!). Además, si te fijas bien, te darás cuenta que al terminar el sacerdote o el diácono besan la Palabra, que es lo mismo que besar a Jesús.
Por lo menos a mí, al comenzar la liturgia de la Palabra, me gusta recordar una frase que le dijo Dios a Isaías, que su Palabra, una vez salida de su boca, no regresaría vacía sino que haría lo que Él desea que haga. Y con eso me dispongo a escuchar y a dejar que esa Palabra haga en mí lo que Él desea hacer. Por eso, muy adentro en mi corazón, le digo como el profeta Samuel, “Habla, Señor, que tu siervo escucha”.
¡Feliz domingo y feliz Eucaristía!
Estas pequeñas cápsulas están inspiradas en el app iMisa y el libro “La misa: antes, durante y después”, ambos del Padre José Pedro Manglano.
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