Bienaventurados los misericordiosos

«Bienaventurados los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán misericordia»

Mateo 5, 7

En la Devoción a la Divina Misericordia, Jesús nos ofrece su Corazón Misericordioso como bálsamo donde sanar nuestras heridas y amparo seguro para nuestra alma… y, ¿saben algo?… no hay un solo ser humano que pueda prescindir de este maravilloso don que el Señor ha querido regalarnos… lo reconozcamos o no, hemos sido creados por el Amor de Dios… por un Amor tan puro y tan grande, que fue capaz de entregar Su Vida por nosotros… ¡la Misericordia entregando la Vida para salvar al miserable…! ¡No les parece maravilloso…!!!

Pero el Señor –que nos hizo a Su imagen y semejanza– espera que también nosotros seamos capaces de amar cómo Él nos ama… que seamos capaces de amarle a Él… y amar a nuestro prójimo, que al fin y al cabo, no es más que amar a ese Jesucristo que vive en cada uno de nuestros hermanos: «en verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a Mí me lo hicisteis» (Mateo 25, 40)…

Las “obras de misericordia” son precisamente esto: dejar que el Cristo que vive en mí, corra al auxilio del Cristo que hay en cada uno de mis hermanos… ¡menuda tarea ésta, ¿verdad?!… yo no les dije que fuera fácil… pero con la gracia de Dios, todo es posible… por eso, hoy les comparto una hermosa oración de Santa María Faustina… pidámosle juntos al Señor la gracia de «ser misericordiosos, como nuestro Padre es misericordioso» (Lucas 6, 36)…

+ Cuantas veces respira mi pecho, cuantas veces late mi corazón, cuantas veces pulsa la sangre en mi cuerpo, esa cantidad por mil, es el número de veces que deseo glorificar Tu misericordia, oh Santísima Trinidad.

+ Deseo transformarme toda en Tu misericordia y ser un vivo reflejo de Ti, oh Señor. Que este más grande atributo de Dios, es decir su insondable misericordia, pase a través de mi corazón al prójimo.

Ayúdame, oh Señor, a que mis ojos sean misericordiosos, para que yo jamás recele o juzgue según las apariencias, sino que busque lo bello en el alma de mi prójimo y acuda a ayudarla.

Ayúdame a que mis oídos sean misericordiosos para que tome en cuenta las necesidades de mi prójimo y no sea indiferente a sus penas y gemidos.

Ayúdame, oh Señor, a que mi lengua sea misericordiosa para que jamás hable negativamente de mis prójimos sino que tenga una palabra de consuelo y perdón para todos.

Ayúdame, oh Señor, a que mis manos sean misericordiosas y llenas de buenas obras para que sepa hacer sólo el bien a mi prójimo y cargue sobre mí las tareas más difíciles y más penosas.

Ayúdame a que mis pies sean misericordiosos para que siempre me apresure a socorrer a mi prójimo, dominando mi propia fatiga y mi cansancio. Mi reposo verdadero está en el servicio a mi prójimo.

Ayúdame, oh Señor, a que mi corazón sea misericordioso para que yo sienta todos los sufrimientos de mi prójimo. A nadie le rehusaré mi corazón. Seré sincera incluso con aquellos de los cuales sé que abusarán de mi bondad. Y yo misma me encerrare en el misericordiosísimo Corazón de Jesús. Soportaré mis propios sufrimientos en silencio. Que tu misericordia, oh Señor mío, repose dentro de mí.

+ Tú Mismo me mandas ejercitar los tres grados de la misericordia. El primero: la obra de misericordia, de cualquier tipo que sea. El segundo: la palabra de misericordia; si no puedo llevar a cabo una obra de misericordia, ayudaré con mis palabras. El tercero: la oración. Si no puedo mostrar misericordia por medio de obras o palabras, siempre puedo mostrarla por medio de la oración. Mi oración llega hasta donde físicamente no puedo llegar.

Oh Jesús mío, transfórmame en Ti, porque Tú puedes hacer todo.

– Diario de Santa María Faustina, 163

Comentarios

  1. Al descubrir en nuestras vidas su infinita misericordia, estamos listos para ser misericordiosos con los demás.

    Isabel Trapero Baños

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