Cierto día, una maestra pidió a sus alumnos que escribieran el nombre de cada compañero de clase y, junto al nombre, la cosa más linda que pudieran decir de cada uno de ellos. Luego, durante ese fin de semana, la maestra puso el nombre de cada uno de sus alumnos en hojas separadas de papel y copió en ellas todas las cosas lindas que cada uno de sus compañeros había escrito. El lunes entregó a cada alumno su lista y casi inmediatamente toda la clase estaba sonriendo.
“¿Es verdad?”, escuchó como alguien susurraba, “yo nunca supe que podía significar algo para alguien”… y “Yo no sabía que mis compañeros me querían tanto”…
Años más tarde uno de los estudiantes murió en Vietnam y la maestra asistió a su funeral. En la iglesia estaban sus compañeros de clase y la maestra fue la última en acercarse al ataúd. Mientras estaba allí, uno de los soldados de la guardia de honor se acercó a ella y le preguntó:
– “¿Era usted la profesora de Marcos?”
– “Sí”, le respondió.
– “Marcos hablaba mucho acerca de usted”, le dijo el soldado.
Después del funeral la mayoría de los compañeros de Marcos fueron juntos a comer con los padres de Marcos y la profesora. El papá, sacando una billetera, dijo a la profesora:
– “Queremos mostrarle algo, lo encontraron en la ropa de Marcos. Pensamos que usted lo reconocerá”, y abriendo la billetera, sacó cuidadosamente un pedazo de papel remendado y muy gastado por el uso.
Era la hoja en la que ella había registrado todas las cosas lindas que los compañeros de Marcos habían escrito acerca de él.
– “Gracias por haber hecho lo que hizo”, dijo la madre de Marcos, “como usted ve, Marcos lo guardaba como un tesoro.”
Los compañeros de Marcos comenzaron a juntarse alrededor de la maestra… Carlos sonrió y dijo tímidamente: “Yo todavía tengo mi lista, está en mi diario”.
La esposa de Felipe dijo: “Felipe me pidió que pusiera el suyo en nuestro álbum de boda”.
Entonces Victoria, otra de sus compañeras, metió la mano en su cartera y sacando su billetera, mostró al grupo su gastada y arrugada lista: “Yo la llevo conmigo todo el tiempo”.
La maestra, con los ojos llenos de lágrimas, les dijo: “¡No imaginaba que unas sencillas palabras de afecto escritas en una hoja de papel podían haber calado tan hondo!”
Tú, hermano lector, ¿comprendes el poder que tienen tus palabras, para bien o para mal? Una palabra de afecto, de apoyo, de perdón, o de ánimo, tiene un poder inestimable para quien las recibe… ¿Qué algunos no las merecen? Piensa en cómo Jesús nos miró desde la Cruz con infinita misericordia. Pídele a Él que te enseñe a rescatar lo bueno que hay en cada persona.
Hoy, ora por todos y proponte decirles lo bueno que tiene cada uno… ¡serás un instrumento de Jesús!