El Dr. Bernard Nathanson era considerado el “rey del aborto”, de religión judía pero ateo por convicción, estudio medicina como su padre en la Universidad de MecGill (Montreal). En 1945 se enamoró de Ruth, una joven y guapa judía. Vivieron juntos los fines de semana. Cuando Ruth quedó embarazada, Bernard escribió a su padre para consultarle la posibilidad de contraer matrimonio. La respuesta fueron cinco billetes de 100 dólares junto con la recomendación de que eligiera abortar o ir a los Estados Unidos para casarse. Así que Bernard puso su carrera por delante y convenció a su novia de que abortara. “Este fue el primero de mis 75.000 abortos”, confesó más adelante.
La relación con su novia terminó después del aborto, y tras graduarse pasó al Hospital de Mujeres de Nueva York, entrando en contacto con el mundo del aborto clandestino. Con un amigo médico fundó en 1969 la Liga de Acción Nacional por el Derecho al Aborto, una asociación que intentaba culpar a la Iglesia Católica por cada muerte que se producía en los abortos clandestinos. Desde 1971 se involucró más directamente en el tema tanto en el plano médico como dictando conferencias, encuentros con políticos y gobernantes de toda la Nación, presionándoles para que fuera ampliada la ley del aborto, y fue por eso conocido como el “rey del aborto”, pues llegó incluso a abortar a uno de sus propios hijos.
A partir de ahí, las cosas empezaron a cambiar. Dejó la clínica abortista y pasó a ser jefe de obstetricia del Hospital de St. Luke’s. La nueva tecnología del ultrasonido hacía su aparición en el área médica. Un día que Nathanson pudo escuchar el palpitar del corazón del feto en los monitores electrónicos, comenzó a plantearse por primera vez la posibilidad que el feto era en realidad un ser humano. Decidió entonces reconocer su error escribiendo un artículo en una revista científica. Aquel informe provocó una fuerte reacción, tanto él como su familia recibieron amenazas de muerte, pero el Dr. Bernard llegó a la conclusión de que “el aborto es un crimen”. Asimismo, en 1984, el documental “El Grito Silencioso”, mostraba un aborto utilizando un aparato de ultrasonido y pequeñas cámaras de video dentro de la madre, se pudo observar como el feto trata de defenderse y llora de dolor.
Quedaba aún el camino de vuelta a Dios. Una primera ayuda le vino de su admirado profesor universitario, el psiquiatra Karl Stern, quien después de un largo estudio personal se había convertido a la fe católica. En 1989 asistió a una acción pacífica de Operación Rescate en los alrededores de una clínica abortista. El peso de la conciencia por sus anteriores prácticas le hizo llegar a leer “Las Confesiones” de San Agustín. En este período de conversión no faltó la tentación del suicidio, acompañado del “alcohol, tranquilizantes, libros de autoestima, consejeros. Incluso cuatro años de psicoanálisis”. Posteriormente, empezó a conversar periódicamente con el Padre John McCloskey. Por fin, el 8 de diciembre de 1996, en la solemnidad de la fiesta de la Inmaculada Concepción, en la Catedral de San Patricio de Nueva York, el Dr. Bernard Nathanson se convertía en Hijo de Dios. Entraba a formar parte del Cuerpo Místico de Cristo, en la Iglesia Católica. Ese día memorable de manos del Cardenal John O’Connor, le fue administrado los sacramentos de iniciación cristiana del Bautismo, la Eucaristía y la Confirmación. Su madrina era Joan Andrews, una de las más sobresalientes y conocidas defensoras del movimiento Pro-Vida. Las palabras de Bernard Nathanson al final de la ceremonia, fueron: “No puedo decir lo agradecido que estoy ni la deuda tan impagable que tengo con todos aquellos que han rezado por mí durante todos estos años en los que me proclamaba públicamente ateo. Han rezado tozuda y amorosamente por mí. Estoy totalmente convencido de que sus oraciones han sido escuchadas. Lograron lágrimas para mis ojos”.
(Testimonio de su libro autobiográfico “La Mano de Dios”.)
Esta sección sobre las verdades fundamentales que comprende la fe católica está basado en el libro “Verdades de la Fe Católica”, escrito por Guido Rojas, licenciado en Ciencias Religiosas de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá, Colombia. Agradecemos al Lcdo. Rojas por permitirnos la reproducción de su libro.