El Evangelio de hoy está tomado de san Marcos 6, 1-6. Jesús, después de realizar varios milagros, se fue a Nazaret. Allí muchos de los que lo habían oído enseñar estaban sorprendidos y no lo aceptaban.
Para ellos, Jesús era el hijo del vecino carpintero. Vemos claramente cómo el orgullo era un gran obstáculo para su fe y no les permitía experimentar el poder de Dios.
Aquel pueblo no lograba entender que ellos también necesitaban el poder sanador de Jesús. Por eso, no se entregaban con confianza. ¿Nos pasa igual a nosotros?
Hermano, para aceptar la obra de Dios en nuestra vida, tenemos que reconocer primero que somos pequeños y débiles. San Pablo entendió esto muy bien.
En la segunda lectura, 2 Corintios 12, 7b-10; el apóstol nos cuenta que «para que no tenga soberbia, me han metido una espina en la carne.» Y cada vez que le pedía a Dios que se la quitara, el Señor le respondía: «Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad.»
San Pablo sabía que el Señor había permitido aquella espina, pues corría el peligro de sentirse grande o importante por el trabajo que realizaba y así se distanciaría del Señor. Sabía que no podría sólo y que necesitaba la ayuda de Dios. El apóstol reconoció su fragilidad y por eso pudo experimentar el poder de Dios, actuando en y a través de él.
Dice el Papa Francisco: “Pablo nos lleva, con este modo de pensar, de razonar, de predicar la palabra de Dios, a un diálogo entre el tesoro y el barro. Un diálogo que continuamente debemos hacer para ser honestos. La verdadera pregunta que hay que plantearse es: ¿tienes conciencia de este barro, de esta debilidad, de esta vulnerabilidad tuya?”
Pídele al Señor un corazón dócil para que sea transformado por su Palabra.
¡Adelante con fe!
Diácono Richie
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