En el famoso libro “El peregrino ruso” se recomienda mucho la oración: Jesús mío, ten misericordia de mí, que soy un pecador. Se trata de un joven ruso nacido en la provincia de Orel. Huérfano a los tres años y sin un brazo desde los siete, tuvo por única fortuna a su abuelo, que le enseñó a leer la Biblia. Su juventud se vio asediada de desgracias. Un incendio le destruyó la casa, y una pulmonía le arrebató a su joven esposa. Quedó llorando en su choza. Pero luego distribuyó a los pobres cuanto tenía, tomó una alforja con algo de pan y la Biblia; y se hizo un peregrino. Durante trece años fue por los caminos de Rusia, pidiendo limosna y visitando monasterios e iglesias. Se acostumbró a vivir en la soledad de las estepas y, a los treinta años, escribió su experiencia en el famoso relato El peregrino ruso, donde dice:
Camino sin cesar y rezo ininterrumpidamente la oración a Jesús, que es para mí más preciosa y dulce que todas las cosas del mundo. A veces, ando hasta setenta kilómetros al día y no me siento cansado: sólo sé que he rezado. Cuando el frío intenso me agarrota, repito con más intensidad mi oración y me siento aliviado. Cuando el hambre comienza a torturarme, invoco con más frecuencia el nombre de Jesucristo y me olvido de que quería comer. Cuando estoy enfermo y me duelen la espalda, las piernas y los brazos, escucho las palabras de la oración y desaparecen mis dolores. Si alguno me hiere, me basta pensar: ¡Qué dulce es la oración a Jesús!, para que la ofensa y el resentimiento se alejen y sean olvidados. He llegado casi a la insensibilidad, nada me atrae. Lo único que deseo es orar, orar incesantemente.
Después de algún tiempo me di cuenta de que mi oración había pasado de los labios al corazón. Me parecía que el corazón, con cada uno de sus latidos, repetía las palabras de la oración: 1) Jesús, 2) mío, 3) ten misericordia… Dejé de pronunciar mi oración con los labios y escuchaba atentamente lo que decía mi corazón. Me parecía que mis ojos penetraban en su interior. Sentía en mi alma un amor tan grande a Jesucristo que me parecía que, si hubiese logrado verle, me hubiera arrojado a su pies, los hubiese abrazado y besado mil veces, llorando; le habría dado las gracias por haberme concedido benignamente tan grande consolación a mí, criatura suya y llena de pecados. Y experimentaba en mi pecho y en mi corazón un fuego singular y beatificante.
Del libro “La oración del corazón”, por el Padre Ángel Peña… puede descargar este y otros de sus libros en autorescatolicos.org/angelpena.
Comentarios
Despues de leer todo lo que avivido ese joven ruso y la cantidad de desgracias solo me queda de pedir perdon por no saber dar las gracias a Jesús detodo lo que me da y que parece que siempre le estoy pidiendo mas y le pido “perdon” a Jesús por no estar nunca conforme con lo que me esta dando. se que tengo que aguantar con mas paciencia mis dolres y todas los fayos de mi cuerpo que segun me voy haciendo viejo me salen mas defectos y mas dolencias.
Pedor por mi vida en general para que Dios se ampare de mi. Gracias amigos Gracias Recibir un abrazo en Cristo. José Cesar.
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