Máximo, un santo griego del siglo IV, escuchó un día en la iglesia que hay que orar sin cesar, tal como aconseja san Pablo. Se impresionó tanto que pensó que debía seguir ese consejo. Se fue a los montes cercanos y quiso orar continuamente. Como sabía el padrenuestro y pocas oraciones más, empezó a decirla constantemente. De momento, se sintió feliz. Todo parecía maravilloso aquel día hasta que se ocultó el sol y vino el frío de la noche. Entonces, se dejaron oír una serie de ruidos inquietantes: crujido de ramas bajo las patas de las fieras de ojos brillantes, luchas entre bestias salvajes en las que las más fuertes mataban a las más débiles, etc. Se sintió muy solo en medio de aquel peligro; comprendió que estaba perdido sin la ayuda de Dios y empezó a decir: Jesús, ten compasión de mí. Así se pasó toda la noche, repitiendo esta oración. Cuando despuntó el alba y todas las fieras se ocultaron, se dijo: Ahora voy a poder orar de nuevo, pero sintió hambre. Quiso coger frutos y se acercó a los setos, pero pensó que podían estar allí las fieras. Y avanzó con precaución, repitiendo a cada paso: Jesús, sálvame, ven en mi ayuda, socórreme y protégeme.
Años después, se encontró con un asceta muy anciano que le preguntó cómo había aprendido a orar sin cesar. Máximo le respondió:
– Creo que fue el diablo el que me enseñó.
Máximo le explicó cómo se acostumbró, poco a poco, a los ruidos y peligros del día y de la noche. Luego cómo vinieron las tentaciones de alma y del cuerpo, y más tarde los ataques del demonio. De modo que no había instante del día o de la noche en que no estuviera gritando: Jesús, ten piedad de mí, socórreme, ayúdame.
Lo importante es que nuestra jaculatoria llegue al alma para que, de tanto repetirla, podamos decir con el Cantar de los cantares: Yo duermo, pero mi corazón vela (Cant 5, 2).
La beata Dina Bélanger (1897-1929) escribió en su Autobiografía: Jesús fue mi maestro de oración, enseñándome a comunicarme con Él. Un día, ante el sagrario, leí estas palabras en un libro de oración: “Señor, Dios mío”. Ya no leí más. Sumergida en el silencio en la paz y en la soledad, sentía estar con Él, saboreando estas palabras. Olvidé el tiempo. La jaculatoria: “Jesús mío, misericordia” la repetía cientos de veces.
Del libro “La oración del corazón”, por el Padre Ángel Peña… puede descargar este y otros de sus libros en autorescatolicos.org/angelpena.
Comentarios
Hola gracias por lo que me enseñas y asi selo pedire de dia y de noche, pues estoy muy afectado con mis problemas que son muchos. Jesús salvame,ven en mí ayuda,scorreme.
Espero dela vondad de Jesús me ayude y me socorra de mis problemas Gracias amigos gracias Un abrazo en Cristo José Cesar.-
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