Sólo Dios perdona

En el Evangelio la palabra griega que a menudo se traduce como “pecado”, se puede traducir mejor como “perder la pista”. Un arquero que usa flecha doblada no puede dar en el blanco. La flecha volaría en dirección errante y el arquero tendría que ir en busca de ella, enderezarla y tratar de nuevo. Nosotros somos como esa flecha: hemos sido creados sólo para el amor y cuando dejamos de amar como debemos perdemos la pista. En este sentido, fallamos en cumplir el propósito para el que fuimos creados, pero también le fallamos a nuestros compañeros y compañeras de camino. En el sacramento de la reconciliación celebramos una realidad que está siempre presente, pero que algunas veces olvidamos, esto es que Dios nos perdona. La Iglesia es instrumento de este perdón y busca retornarnos a Dios, que es el Amor Divino.

Todos perdemos la pista algunas veces, por eso el sacramento de la reconciliación es para todos. La Iglesia tiene sólo una función: manifestar el Amor Divino de Dios y ayudarnos a ver que hemos sido liberados para vivir según el designio divino y para amar con todo nuestro ser. En el primer paso de la reconciliación el Espíritu de Amor nos lleva a buscar en nuestro corazón, para ver cómo hemos perdido la pista, identificar eso claramente y hacer lo necesario para cambiar. Algunas veces se trata de pecados personales y otras veces de pecados sociales. En el segundo paso la Iglesia nos anuncia que, en efecto, hemos sido perdonados y nos reconcilia con la comunidad.

¿Hemos dado con la pista o la hemos perdido de vista? Reconocer cómo hemos dado con la pista o cómo la hemos perdido es el primer paso en el camino de la salvación. Después podemos dejar que el Espíritu de Amor llene nuestro corazón, para que nos arrepintamos de las decisiones egoístas e individualistas que hemos hecho. A este sentimiento de arrepentimiento le damos un nombre: “Contrición”. Una vez hallamos llegado a este punto de concienciación y arrepentimiento, es hora de reconciliarnos. Como siempre, nosotros los humanos necesitamos algún signo visible, tangible o audible que nos ayude a ver, a tocar y a oír, aunque se trate del amor de Dios. Sobre esta materia, la Iglesia nos ha indicado desde hace tiempo que hablemos en privado con un sacerdote acerca de nuestras tendencias a perder la pista. Esta conversación podría ocurrir dentro del templo o puede ocurrir dondequiera, en cualquier momento, y bajo cualquier circunstancia.

La invitación que recibimos del Amor Divino es que desde nuestra familia fomentemos actitudes reconciliadoras. Cada oportunidad que tengamos de dialogar en familia sobre la importancia de reconciliarse unos a otros debe ser un momento de cercanía a Dios por medio de los otros. Siéntense en familia y pregunten sobre su día en la escuela, en el trabajo, sobre las cosas positivas y negativas que vivieron. Averigüen los por qué de lo que pasó, así se ayudarán a formar conciencia. Diríjanse a cambiar sus acciones y comportamientos negativos. Padres, madres, adultos, sean ustedes un modelo de reconciliación con su propio comportamiento hacia ustedes, vecinos, amigos y familiares. Expliquen a sus hijos e hijas que los problemas con los demás se pueden hablar calmadamente y escuchando con respeto. Motiven en el núcleo familiar la búsqueda de la reconciliación a través de gestos concretos y el sacramento de la reconciliación.

Catequesis #11 (La Familia: iglesia doméstica), tomada de las catequesis dominicales de la Arqidiócesis de San Juan en preparación para el Trienio para el V Centenario.

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