Octubre, mes del Rosario

No hay duda que el rezo del Rosario está muy arraigado a la tradición de la Iglesia… tanto los santos, como el Magisterio, nos hacen hincapié en su poder de intercesión… así como de todas las gracias que se reciben a través de él… y es que el Rosario, en su sencillez y profundidad, es una oración destinada a producir frutos de santidad en todos aquellos que lo rezan con regularidad…

Conviene aclarar que aunque el Rosario se distingue por su carácter mariano, en realidad se trata de una oración cristocéntrica… de ahí que el Papa Pablo VI dijera que el Rosario es el “compendio de todo el Evangelio”… se trata de que aprendamos, con María, a contemplar la belleza del rostro de Jesucristo y a experimentar la profundidad de su amor…

El beato Juan Pablo II, en su Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae, nos dice que “la contemplación de Cristo tiene en María su modelo insuperable”… y de esto se trata el Rosario, de contemplar a Cristo con los ojos y el corazón de su santísima Madre,

Nadie se ha dedicado con la asiduidad de María a la contemplación del rostro de Cristo. Los ojos de su corazón se concentran de algún modo en Él ya en la Anunciación, cuando lo concibe por obra del Espíritu Santo; en los meses sucesivos empieza a sentir su presencia y a imaginar sus rasgos. Cuando por fin lo da a luz en Belén, sus ojos se vuelven también tiernamente sobre el rostro del Hijo, cuando lo «envolvió en pañales y le acostó en un pesebre» (Lc 2, 7).

Desde entonces su mirada, siempre llena de adoración y asombro, no se apartará jamás de Él. Será a veces una mirada interrogadora, como en el episodio de su extravío en el templo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto?» (Lc 2, 48); será en todo caso una mirada penetrante, capaz de leer en lo íntimo de Jesús, hasta percibir sus sentimientos escondidos y presentir sus decisiones, como en Caná (cf. Jn 2, 5); otras veces será una mirada dolorida, sobre todo bajo la cruz, donde todavía será, en cierto sentido, la mirada de la ‘parturienta’, ya que María no se limitará a compartir la pasión y la muerte del Unigénito, sino que acogerá al nuevo hijo en el discípulo predilecto confiado a Ella (cf. Jn 19, 26-27); en la mañana de Pascua será una mirada radiante por la alegría de la resurrección y, por fin, una mirada ardorosa por la efusión del Espíritu en el día de Pentecostés (cf. Hch 1, 14).

Aprovechemos este mes de octubre para adentrarnos en el Misterio del Corazón de Cristo… rezando el Rosario desde el Inmaculado Corazón de María…

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