Consagración de la humanidad a Cristo Rey

Fue a finales del año 1925, el 11 de diciembre para ser exactos, cuando el Papa Pío XI instauraba la fiesta de Cristo Rey con su encíclica Quas primas. Originalmente la fiesta se celebraba el último domingo de octubre (domingo anterior a la fiesta de Todos los Santos), luego se trasladó al último domingo del año litúrgico, fecha en que la celebramos actualmente. Pero aquella primera fiesta de 1925 se celebró el 31 de diciembre con una Misa Solemne y la consagración de toda la humanidad a Cristo Rey.

Consagración de la humanidad a Cristo Rey

En este día les comparto la oración de consagración, invitándoles a acompañarme rezándola por nuestras familias, nuestras comunidades, nuestros países y por el mundo entero, pidiéndole al Señor que reine sobre toda la humanidad.

Consagración de la humanidad a Cristo Rey

¡Dulcísimo Jesús, Redentor del género humano! Míranos humildemente postrados delante de tu altar; tuyos somos y tuyos queremos ser; y a fin de vivir más estrechamente unidos a Ti, todos y cada uno espontáneamente nos consagramos en este día a tu Sacratísimo Corazón.

Muchos, por desgracia, jamás te han conocido; muchos, despreciado tus mandamientos, te han desechado. ¡Oh Jesús benignísimo!, compadécete de los unos y de los otros, y atráelos a todos a tu Corazón Santísimo.

¡Oh Señor! Se Rey, no sólo de los hijos fieles que jamás se han alejado de Ti, sino también de los pródigos que te han abandonado; haz que vuelvan pronto a la casa paterna porque no perezcan de hambre y de miseria.

Se Rey de aquellos que, por seducción del error o por espíritu de discordia, viven separados de Ti; devuélvelos al puerto de la verdad y a la unidad de la fe, para que en breve se forme un solo rebaño bajo un solo Pastor.

Se Rey de los que permanecen todavía envueltos en las tinieblas de la idolatría; dignate atraerlos a todos a la luz de tu reino.

Concede, ¡oh Señor!, incolumidad y libertad segura a tu Iglesia; otorga a todos los pueblos la tranquilidad en el orden, haz que del uno al otro confín de la tierra no resuene sino esta voz:

¡Alabado sea el Corazón divino, causa de nuestra salud!

A Él entonen cánticos de honor y de gloria por los siglos de los siglos. Amén.

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